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La origen del Calvinismo (Por John Piper)

  • Foto do escritor: Eduarda Perdigão
    Eduarda Perdigão
  • 18 de out. de 2022
  • 3 min de leitura

Claro, así como cualquier otro hombre con la excepción de Jesucristo, Juan Calvino era imperfecto. Su reputación no se debe a la infalibilidad, pero a la incansable sumisión a las Escrituras como la Palabra de Dios en un tiempo en que la Biblia había sido practicamente tragada por la tradición de la iglesia. Él nasció en Julio de 1509, en Noyon, Francia, y estudió en las mejores universidades de Derecho, Teologia y Lenguas Clasicas. A los veintiún años, fue dramaticamente convertido de un catolicismo medieval centrado en tradiciones para una fe evengelica bíblica y redicalmente centrada en Cristo y en su palabra. El dice:


“Dios, a través de una conversión repentina, subyugó y llevó mi mente a un estado en el que ahora podía ser enseñada, y estaba más endurecida en estos asuntos de lo que había sido en fases anteriores de mi vida. Habiendo, pues, recibido algún gusto y conocimiento de la verdadera piedad, inmediatamente me inflamó un deseo tan intenso de comprender mejor que, a pesar de no tener abandonado completamente otros estudios, comencé a proseguirlos con menor entusiasmo.”


Hay una razón del por que Calvino se alejó de sus otros estúdios para entrar en una vida dadicada a la Palabra de Dios. Algo dramático sucedió en su percepción de la realidad tal como él mismo leía en las Escrituras. Él oyó en ellas la voz de Dios y vió la majestad de Dios:


“Este poder, por lo tanto, que es peculiar a la Escritura, se hace evidente en el hecho de que, de todos los escritos humanos, aunque suan hermosos artísticamente, no hay uno solo capaz de afectarnos como lo hace la Escritura. Lee a Demóstenes o Cicerón; lea a Platón, Aristóteles y otros de esa talla. Lo admito, lo deleitarán, lo complacerán, lo emocionarán, lo excitarán de una manera maravillosa. Pero aprovéchalos y ve a la santa lectura. Entonces, quienquiera que seas, te impactará tan profundamente, penetrará tan profundamente en tu corazón y se asentará en el centro de tu ser que, considerando sus impresiones más profundas, el vigor de los oradores y filósofos casi desaparecerá. En consecuencia, es fácil percibir que las Sagradas Escrituras, que superan con mucho todos los dones y gracias del esfuerzo humano, soplan algo divino.”


Después de este Descubrimiento, Calvino fue completamente “encarcelado” por la palabra de Dios. Fue predicador en Ginebra durante veinticinco años hasta su muerte a los cincuenta y cuatro en mayo de 1564. Su costumbre era predicar dos veces el domingo y una vez cada día en semanas alternas; es decir, predicó, en promedio, diez veces cada dos semanas. Su método fue tomar algunos versículos, explicarlos y aplicarlos para la fe y la vida de la gente. Trabajó de esa manera libro tras libro. Por ejemplo, predicó 189 sermones en el libro de Hechos, 271 en Jeremías, 200 en Deuteronomio, 343 en Isaías y 110 en 1Corintios. Una vez estuvo exiliado durante unos dos años. Al regresar a Ginebra, fue para su púlpito en la iglesia de San Pedro y reanudó sus sermones a partir del texto donde había dejado.

Esta increíble devoción por exponer la Palabra de Dios año tras año fue debido a su profunda convicción de que la Biblia es la propia Palabra de Dios. El dice:


“La ley y las profecías no son enseñanzas que proceden de la voluntad humana, sino que son decretadas por el Espíritu Santo... Debemos a las Escrituras la misma reverencia que se debe a Dios, porque procede de Él solo, y no tiene nada de hombre mezclado.”


Lo que Calvino vió en la Biblia, sobre todo , fue la majestad de Dios. Él dice que a través de las Escrituras, “de una manera que excede el juicio humano, estamos completamente convencidos, como si contempláramos en ella la majestad del propio Dios”.

La Biblia, para Calvino, era sobre todo un testimonio de Dios sobre la majestad de Dios. Esto inevitablemente condujo a lo que es el corazón del calvinismo. Benjamin Warfield lo expresa de esta manera:


“Un calvinista es la persona que ve Dios detrás de todos los fenómenos, y en todo lo que ocurre reconoce la mano de Dios... 'que hace que la actitud del alma vuelta a Dios en la oración sea una actitud permanente...' y se lanza sobre la gracia de Dios, excluyendo cualquier rastro de dependencia de uno mismo en todo el proceso de salvación.”



Es eso lo que quiero ser: alguien que excluye todos los rastros de dependencia de sí mismo en todo el proceso de salvación. De esta manera, gozaré de la paz que reside solamente en Dios, y Dios recibirá toda la gloria como aquel de quien, por quien y para quien son todas las cosas, y el mensaje de la iglesia resonará en todas las naciones.

 
 
 

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